Al menos hoy descubrí cual era la causa del mal olor, desde
hacía varios días sentía que una pestilencia rondaba la oficina, lo sentía de
vez en cuando, venía, golpeaba, luego daba media vuelta y se largaba hasta
dentro de un buen rato, parecía como si alguien hubiera dejado una masa de
chizitos y cuates podrirse, cada día que pasaba aumentaba el mal olor,
felizmente yo solo lo percibía, o al menos eso quiero creer, no fue hasta
pasados siete días que decidí por fin buscar de donde venía aquella peste, ya había
pasado de ser un aroma de snack podrido a parecerse al de la descomposición de
un pequeño roedor.
Como el olor venía de la derecha procedí a empezar mis
pesquisas hacia esa dirección, busqué cerca de la fotocopiadora, la desarmé, le
quité sus gabinetes, buscando donde habría podido encontrar la muerte ese
desafortunado roedor, tal vez entre los circuitos electrocutado o aplastado por
los engranajes, pero al final nada pude
encontrar, así que aproveche y la limpie cuidadosamente, cuando termine volví a
percibir el olor esta vez un poco más a la izquierda, desarme mi computador,
moví cables, recogí papeles que había dado por perdido, encontré películas
abandonadas a su suerte, rayadas llenas de polvo y para aumentar mis sospechas
excremento de ratón, una mugre húmeda, viscosa estaba creciendo debajo del
mueble así que decidí limpiarla, el olor había desaparecido, hasta ahora que
escribo prefiero no saber que era ese líquido derramado en el piso, viscoso,
sucio, maloliente, ordene mis cachivaches, (osea los desordene en otra parte) y
me senté a jugar un rato en la pc, y volví a sentir nuevamente ese olor, fue
tal mi indignación que ya empecé a creer que era el aroma de mi conciencia, una
especie de sensación acusadora por mi comportamiento, algo como si un alter ego
estaría reprobando alguna mala conducta mía; pero cuando reparé en que soy un
angelito inofensivo descarté esa idea.
Al fin solo faltaba un lugar, “ese” lugar, el espacio entre
la pared y el mueble de mi computadora, ese tacho de basura clandestino, mi
pequeño hoyo negro, la zona tabú de toda mi oficina, un pequeño espacio de
quince por sesenta centímetros que nunca había revisado, simplemente me había
limitado a tirar las cosas que no necesita o que en un futuro pensaba utilizar
a ese espacio, para esto debo mencionar que tengo más de cuatro años trabajando
en esta oficina, y nunca he tenido la necesidad de sacar nada de ese espacio,
así que por fin había llegado el día, lo primero que encontré fue cuatro
botellas de gaseosa: una coca cola de litro llena de hisopos (todos usados) y
algo de vida al fondo de la botella, una inca kola mediana, y dos pirañitas que
midiendo la cantidad de polvo -a ojo de buen cubero- debieron ser consumidos no
hace mucho, dos vasitos descartables de gelatina (cada uno con su respectiva
cucharita), un teclado que no recuerdo cuando se malogró ni mucho menos cuando
lo tiré ahí, medio millar de papel canson, una caja de micas tamaño A4, papeles
varios, fotos tamaño carnet, siete DNI de distintas personas, un botella de
agua San Mateo conteniendo desinfectante pino, que obviamente nunca utilicé, un
diario líbero de hace catorce meses, y una edición pirata de El Alquimista de
Coelho que por obvias razones deje tirada allí, al final de todo, sin saber
cómo llegó encontré por fin aquel objeto pestilente, tengo que reconocer, el saber
que era me causó cierto asombro, porque al recordar el hecho no sé cómo pudo
refundirse aquella bolsita hasta el fondo de todo mi basural, ahora como
consejo puedo decir que siempre hay que tirar a la basura bien amarradito sus
preservativos usados.
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