viernes, 10 de febrero de 2017

Mal olor


Al menos hoy descubrí cual era la causa del mal olor, desde hacía varios días sentía que una pestilencia rondaba la oficina, lo sentía de vez en cuando, venía, golpeaba, luego daba media vuelta y se largaba hasta dentro de un buen rato, parecía como si alguien hubiera dejado una masa de chizitos y cuates podrirse, cada día que pasaba aumentaba el mal olor, felizmente yo solo lo percibía, o al menos eso quiero creer, no fue hasta pasados siete días que decidí por fin buscar de donde venía aquella peste, ya había pasado de ser un aroma de snack podrido a parecerse al de la descomposición de un pequeño roedor.

Como el olor venía de la derecha procedí a empezar mis pesquisas hacia esa dirección, busqué cerca de la fotocopiadora, la desarmé, le quité sus gabinetes, buscando donde habría podido encontrar la muerte ese desafortunado roedor, tal vez entre los circuitos electrocutado o aplastado por los engranajes,  pero al final nada pude encontrar, así que aproveche y la limpie cuidadosamente, cuando termine volví a percibir el olor esta vez un poco más a la izquierda, desarme mi computador, moví cables, recogí papeles que había dado por perdido, encontré películas abandonadas a su suerte, rayadas llenas de polvo y para aumentar mis sospechas excremento de ratón, una mugre húmeda, viscosa estaba creciendo debajo del mueble así que decidí limpiarla, el olor había desaparecido, hasta ahora que escribo prefiero no saber que era ese líquido derramado en el piso, viscoso, sucio, maloliente, ordene mis cachivaches, (osea los desordene en otra parte) y me senté a jugar un rato en la pc, y volví a sentir nuevamente ese olor, fue tal mi indignación que ya empecé a creer que era el aroma de mi conciencia, una especie de sensación acusadora por mi comportamiento, algo como si un alter ego estaría reprobando alguna mala conducta mía; pero cuando reparé en que soy un angelito inofensivo descarté esa idea.


Al fin solo faltaba un lugar, “ese” lugar, el espacio entre la pared y el mueble de mi computadora, ese tacho de basura clandestino, mi pequeño hoyo negro, la zona tabú de toda mi oficina, un pequeño espacio de quince por sesenta centímetros que nunca había revisado, simplemente me había limitado a tirar las cosas que no necesita o que en un futuro pensaba utilizar a ese espacio, para esto debo mencionar que tengo más de cuatro años trabajando en esta oficina, y nunca he tenido la necesidad de sacar nada de ese espacio, así que por fin había llegado el día, lo primero que encontré fue cuatro botellas de gaseosa: una coca cola de litro llena de hisopos (todos usados) y algo de vida al fondo de la botella, una inca kola mediana, y dos pirañitas que midiendo la cantidad de polvo -a ojo de buen cubero- debieron ser consumidos no hace mucho, dos vasitos descartables de gelatina (cada uno con su respectiva cucharita), un teclado que no recuerdo cuando se malogró ni mucho menos cuando lo tiré ahí, medio millar de papel canson, una caja de micas tamaño A4, papeles varios, fotos tamaño carnet, siete DNI de distintas personas, un botella de agua San Mateo conteniendo desinfectante pino, que obviamente nunca utilicé, un diario líbero de hace catorce meses, y una edición pirata de El Alquimista de Coelho que por obvias razones deje tirada allí, al final de todo, sin saber cómo llegó encontré por fin aquel objeto pestilente, tengo que reconocer, el saber que era me causó cierto asombro, porque al recordar el hecho no sé cómo pudo refundirse aquella bolsita hasta el fondo de todo mi basural, ahora como consejo puedo decir que siempre hay que tirar a la basura bien amarradito sus preservativos usados.

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