El comisario de
la delegación de Villa Los Reyes no había terminado aún de tomar su café cuando
una señora entro gritando que habían matado a un joven enfrente de la Iglesia
San Luís Gonzaga de Luís Felipe de las casas. El comisario Márquez no tenía
ánimos de nada esa madrugada, lo único que tenía en mente era que su hija
estaba saliendo con un tipo al que el había encerrado varias veces en la
comisaría. El maduro comisario, viudo desde hacía más de 4 años, no podía
controlar el carácter de su hija heredado a su vez de su difunta esposa. En su
juventud aquel impetuoso carácter fue lo que le hizo enamorar de quien en vida
fue Emilia Correa, no esperaba que aquel mismo temperamento años después le
causara dolores de cabeza cuando su hija lo heredará.
Salía sin
ganas, a ejercer un trabajo de rutina, se había adelantado llamando al fiscal
para el levantamiento de un cuerpo que aún no había visto. La noche fria de nieblas
espesas se empozaba en las calles como un humo espeso, humedecía la arena
suavemente y se pegaba a las paredes con tal fuerza que las marcas en las
paredes de triplay no desaparecían nunca por más capas de pintura que se
utilizarán. De los techos de calamina caía un intenso goteo formando hoyos en
la arena que a su vez se convertirían en chacos. Se dirigió a la escena del
crimen en su Pathfinder junto con dos efectivos y la señora que había dado la
alarma, desde la entrada por Grifo 2000 se podía ver gente amontonada donde
debería estar el cuerpo, a pesar de la hora varios curiosos se apostaron al
borde de la Iglesia.
El comisario no
dejaba de pensar en su hija, la semana pasada se había escapado y regresado a
las seis de la mañana del día siguiente, eso le costo que su padre le cortara
el cabello muy corto, la joven lloró desconsolada esa noche, pero amenazó con
que a la primera oportunidad que tuviera se escapaba con Alex, desde ese día el
señor Márquez la dejaba encerrada con llave en su casa. Había tenido la idea de
habilitarle una habitación en la comisaría, pero por noches como esta era que
la idea termino por desecharla.
Cuando se
acerco a ver el cadáver reconoció al joven, sintió un dolor en su corazón, no
por el difunto sino por su hija, Alex estaba tendido en la arena rodeado en un
charco de sangre, no pensó en nada más que en su hija, se retiro para asombro
de la gente que lo esperaba, solo atinó a lanzar un carajo por la demora del
Fiscal, ordenó a los oficiales tapar el cuerpo con más periódicos y que
alejarán a la gente, que no había nada que ver, y que se largarán sino querían
pasar una noche en la comisaría. La sorpresa sería mayor cuando semanas después
su hija le confesará que estaba embarazada del muerto, y que quería abortarlo
porque no deseaba tener un hijo sin padre.
El fiscal
detalló que el joven fue asesinado por 30 puñaladas pero solo una fue mortal a
la altura del corazón. Cuando trataron de buscar testigos, solo respondieron
que se dieron cuenta del cadáver por el grito de una señora que pasaba por ahí.
En el atestado la señora que había llegado a la comisaría a informar sobre el
hallazgo del cadáver declaró que solo pasaba por ahí para atender asuntos
personales.
Aún después de
tres meses seguían buscando al homicida sin obtener resultados positivos, el
mejor amigo declaro que cuando regresaron de una fiesta vinieron en un taxi y
se despidieron enfrente de la parroquia. El velorio fue concurrido, el difunto
tenía varias amistades, el comisario le llevó una corona, su hija no quiso ir
porque argumentó que no le gustaban los velorios, el joven tuvo que ser velado
con el cajón cerrado, su asesino se ensañó tanto que le terminó desfigurando el
cuerpo, todo a excepción del rostro, en la cara no tenía ningún corte, solo un
arañón que se ocasionó en el momento de subir el cuerpo a la camioneta para
llevarlo a la morgue. El velorio no duró mucho el cuerpo apestaba tanto y
terminó por reventarse dentro del cajón cuando lo llevaban a una fosa común en
Zapallal, uno de sus amigos, el que lo había visto por ultima vez no aguanto el
hedor y termino soltando el cajón en la pendiente que llevaba a la fosa, los
demás perdieron el equilibrio por lo accidentado de la zona y el cajón terminó
cayendo al suelo y destapándose boca abajo, dejando tirado en la arena el
cuerpo, la madre presa de un ataque de nervios se abalanzó sobre el cajón
gritando que su hijo estaba vivo y que ayudaran a levantarlo, la gente que
acompaño el entierro no pudo olvidar la imagen de aquella señora de cincuenta y
ocho años abrazando un montón de sangre coagulada y restos de su cuerpo
desecho.
El comisario,
tratando de contener todo el asco que sentía, levantó a la señora y se la llevó
lejos del cuerpo. Cuando recogieron el cuerpo ya cerca de las seis de la tarde
lo llevaron a la fosa y lo sepultaron lo mejor que pudieron, el comisario
Márquez llevó a la señora al hospital y estuvo con ella todas los domingos
hasta el día de su muerte en el Hospital Larco Herrera al año siguiente.
Todas las
noches tenía que bañarse, y así lo hizo mientras podía por sus propios medios,
porque sentía que el olor pestilente del muerto no lo dejaba dormir. Ya después
de muchos años cuando su nieto Alex era una persona mayor de edad por única vez
le pidió ayuda para bañarse, esa noche sintió que aquella pestilencia se había
alejado para siempre, y falleció a las once y media de la noche de un jueves de
febrero.
Al día
siguiente del entierro cuando llegó a su casa encontró a su hija Elizabeth
Emilia besándose con otro chico al que no conocía, la tiró de los pelos al
suelo y amenazó con su pistola al joven, no pudo contener más la indignación y
golpeó a su hija tan fuerte que casi sin querer la hace abortar. Su hija lo
abandonó ni bien dio a luz a un varón de tres kilos y medio, estaba trabajando
por aquellos tiempos en un grifo, y dicen que la vieron irse con un conductor
de combi. El último día que su padre la vio fue el día en que nació su nieto al
que días después lo bautizará como Alex, él le dijo que no se preocupará que
todo iba a empezar de nuevo, ella le contestó diciendo que todo estaba bien y
que saldría adelante por su hijo. Aquella misma tarde se escapó del hospital y
no volvió a ver a su padre. Solo una vez Elizabeth Emilia se acordó de su padre
y de su hijo, esa noche en Trujillo lloró amargamente, cuando su segundo hijo
de 6 años le preguntó porque lloraba solo le dijo que le había entrado algo al
ojo y que ya se le pasaba.
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