viernes, 10 de febrero de 2017

Cuento 2

La Señora Silvia había recibido más golpes que de costumbre esa noche, su actual pareja el joven Miguel Martínez Murillo, 10 años menor que ella, había perdido el control por efectos de las drogas y no tuvo mejor idea que golpearla hasta dejarla desmayada. Los vecinos a pesar de que oyeron los gritos de la mujer no trataron de detenerlo, sabían del carácter y las malas juntas de Miguel y por temor a las represalias.

Aproximadamente a las cinco de la tarde despertó Silvia, su cuerpo estaba lleno de moretones. A pesar de estar bajo los efectos de la droga, Miguel tuvo cuidado de no golpear ninguna parte visible, todos los moretones estaban en el vientre y en la espalda. Cuando despertó lo vio a él tirado en el piso de tierra afirmada, húmeda por la lluvia que se filtraba por el techo de esteras y plástico, pensó en tomar un cuchillo, en matarlo y luego matarse ella, por que ella tenía la culpa de que él estuviera así, por ella dejó su brillante carrera en la Universidad San Marcos, por ella se alejo de su familia, que hasta el último momento siempre le pidieron que volviera, que olvidarían todo y se lo ocultarían a su enamorada, por ella..., por una prostituta.

Ahora las cosas habían cambiado, hacía un año ya que estaban juntos, que la necesidad lo había obligado a robar y a juntarse con las amistades de Silvia, y empezar a consumir primero marihuana, luego pasta y finalmente todo lo que encontrará, bebía todo el día, cuando estaba lúcido solo se le podía ver recogiendo botellas de plástico en un saco de arroz todo corroído y sucio, o buscando papeles tirados con los cuales liar cigarros y seguir fumando marihuana.

Ella sabía que una vez tirado en el piso no despertaría hasta muy tarde, tomo sus cosas, un saco largo que alguna vez fue de gala y su pequeña cartera. La niebla estaba espesa, no se podía apreciar nítidamente a cinco metros de distancia, bajo por el Jr. Las Golondrinas, y caminó hasta la Av. Perú pensando en como librarse de él y de su vida sin tener que recurrir al suicidio, hacía unas semanas que estaba juntando dinero a escondidas, aún no tenía mucho, pero ya casi era suficiente para regresar a su tierra, donde de seguro su madre la esperaría.

Al bajar por la avenida Perú casi llegando al colegio Naciones Unidas, frente a la Iglesia San Luis Gonzaga vio a alguien tirado en la arena, no podía evitarlo, le hizo recordar a Miguel y fue a ver en que podía ayudarlo, lo que encontró fue espantoso, un joven de no más de 24 años estaba tirado en el suelo completamente bañado en sangre, lanzó un grito de desesperación que alertó a los vecinos.

Silvia trabaja todas las noches en la avenida Manco Cápac en la plaza de Armas, Municipalidad e Iglesia de la Victoria, estaba acostumbrada a ver abusos de los policías y serenazgos que se las llevaban a las comisarías o a los hostales y las forzaban a tener relaciones con tres, cuatro o cinco personas, había visto la muerte de varios pandilleros y pirañas, muertes que nunca son reportadas, muertes de barristas, pero la escena que vio aquella noche fue la peor de todas, el tórax estaba prácticamente abierto y las entrañas fuera, al difunto se le habían soltado las heces y la orina, era una escena desastrosa, lo único que quedaba intacto era el rostro en un gesto de desesperación mordiéndose los labios con fuerza.

Sabía lo que tenía que hacer en esos casos, debía correr, tenía que alejarse de la escena del crimen, ella era una prostituta, ya antes la habían intentado acusar de asesinato por no querer tener sexo con un policía, hasta la amenazaron con sembrarle droga sino accedía a tener relaciones con dos policías y un serenazgo al mismo tiempo… No pudo, no pensó en otra cosa que ir corriendo a la delegación de Policía de Villa Los Reyes e informar al Comisario de lo sucedido.

La apariencia del comisario era ruda pero triste, cuando informó sobre el asesinato que había visto, el efectivo no le tomo importancia, parecía ensimismado en sus pensamientos, se dirigió con ella al lugar del crimen, dio unas cuantas ordenes y regresaron a la comisaría a tomarle sus declaraciones, parecía no haberse dado cuenta de que era una prostituta. Busco en su billetera, le dio cien soles y le dijo que se comprara algo, que hacía mucho frío, y que no eran horas para estar andando así en la calle, luego se metió en el baño y estuvo media hora ahí, ella no sabía si quedarse o irse. Lo esperó. Cuando el comisario salió del baño al verla en la comisaría le dijo que se largara o sino la iba encerrar por presunta culpable del crimen, ella bajo la cabeza y se fue.


Camino sin saber a donde, desde que había salido ya era tarde para que vaya a trabajar, y ahora ya había perdido más tiempo con todo lo sucedido, se puso a pensar en el joven tirado en el suelo, luego pensó en Miguel, caminó hasta el Cruce de Ventanilla con la Panamericana Norte, todo estaba vacío, pasó una Combi, estaba vacía, y alzo la mano para que la llevaran a Puente Piedra, el cobrador y el chofer se miraron entre ambos y le preguntaron a quema ropa que cuanto les cobrara el “servicio” allí no mas en la combi, mecánicamente respondió que veinte soles cada uno, ellos le dijeron que treinta por los dos porque era en la combi y además ellos usaban sus propios condones, era un día perdido así que acepto, la dejaron en Puente Piedra, y esperó a que amaneciera, pasó toda la madrugada caminando, sentada en el parque frente a la Municipalidad de Puente Piedra, los serenazgos pasaban pero no le decían nada, o talvez no le tomaron importancia. Sabía que no podía regresar a su casa con tan poco dinero porque sino la golpiza podría ser peor, así que fue al único lugar a donde podía ir, fue a la de su “amiga de la chamba”,  tomo la cuarenta y uno hasta Villa El Salvador, se lamento de que las putas tuvieran que vivir tan lejos de su centro de trabajo.

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