jueves, 16 de febrero de 2017

Los sueños

Antes de dormir mi hija siempre me decía que ya se estaban acercando nuestros sueños, señalaba una parte cualquier de la habitación y decía: “allá está yendo el sueño de mamá”, “allá está yendo tu sueño”, “aquí se está acercando mi sueño”, yo le seguía la corriente todas las noches, hasta que un día al darse cuenta que no le creía frotó su dedito índice fuertemente en la pupila de su ojo y luego lo restregó en la mía. Desde ese día ambos podemos ver como se van acercando los sueños encerraditos en sus burbujas, y los alejamos cuando son pesadillas.

viernes, 10 de febrero de 2017

Cuento 2

La Señora Silvia había recibido más golpes que de costumbre esa noche, su actual pareja el joven Miguel Martínez Murillo, 10 años menor que ella, había perdido el control por efectos de las drogas y no tuvo mejor idea que golpearla hasta dejarla desmayada. Los vecinos a pesar de que oyeron los gritos de la mujer no trataron de detenerlo, sabían del carácter y las malas juntas de Miguel y por temor a las represalias.

Aproximadamente a las cinco de la tarde despertó Silvia, su cuerpo estaba lleno de moretones. A pesar de estar bajo los efectos de la droga, Miguel tuvo cuidado de no golpear ninguna parte visible, todos los moretones estaban en el vientre y en la espalda. Cuando despertó lo vio a él tirado en el piso de tierra afirmada, húmeda por la lluvia que se filtraba por el techo de esteras y plástico, pensó en tomar un cuchillo, en matarlo y luego matarse ella, por que ella tenía la culpa de que él estuviera así, por ella dejó su brillante carrera en la Universidad San Marcos, por ella se alejo de su familia, que hasta el último momento siempre le pidieron que volviera, que olvidarían todo y se lo ocultarían a su enamorada, por ella..., por una prostituta.

Ahora las cosas habían cambiado, hacía un año ya que estaban juntos, que la necesidad lo había obligado a robar y a juntarse con las amistades de Silvia, y empezar a consumir primero marihuana, luego pasta y finalmente todo lo que encontrará, bebía todo el día, cuando estaba lúcido solo se le podía ver recogiendo botellas de plástico en un saco de arroz todo corroído y sucio, o buscando papeles tirados con los cuales liar cigarros y seguir fumando marihuana.

Ella sabía que una vez tirado en el piso no despertaría hasta muy tarde, tomo sus cosas, un saco largo que alguna vez fue de gala y su pequeña cartera. La niebla estaba espesa, no se podía apreciar nítidamente a cinco metros de distancia, bajo por el Jr. Las Golondrinas, y caminó hasta la Av. Perú pensando en como librarse de él y de su vida sin tener que recurrir al suicidio, hacía unas semanas que estaba juntando dinero a escondidas, aún no tenía mucho, pero ya casi era suficiente para regresar a su tierra, donde de seguro su madre la esperaría.

Al bajar por la avenida Perú casi llegando al colegio Naciones Unidas, frente a la Iglesia San Luis Gonzaga vio a alguien tirado en la arena, no podía evitarlo, le hizo recordar a Miguel y fue a ver en que podía ayudarlo, lo que encontró fue espantoso, un joven de no más de 24 años estaba tirado en el suelo completamente bañado en sangre, lanzó un grito de desesperación que alertó a los vecinos.

Silvia trabaja todas las noches en la avenida Manco Cápac en la plaza de Armas, Municipalidad e Iglesia de la Victoria, estaba acostumbrada a ver abusos de los policías y serenazgos que se las llevaban a las comisarías o a los hostales y las forzaban a tener relaciones con tres, cuatro o cinco personas, había visto la muerte de varios pandilleros y pirañas, muertes que nunca son reportadas, muertes de barristas, pero la escena que vio aquella noche fue la peor de todas, el tórax estaba prácticamente abierto y las entrañas fuera, al difunto se le habían soltado las heces y la orina, era una escena desastrosa, lo único que quedaba intacto era el rostro en un gesto de desesperación mordiéndose los labios con fuerza.

Sabía lo que tenía que hacer en esos casos, debía correr, tenía que alejarse de la escena del crimen, ella era una prostituta, ya antes la habían intentado acusar de asesinato por no querer tener sexo con un policía, hasta la amenazaron con sembrarle droga sino accedía a tener relaciones con dos policías y un serenazgo al mismo tiempo… No pudo, no pensó en otra cosa que ir corriendo a la delegación de Policía de Villa Los Reyes e informar al Comisario de lo sucedido.

La apariencia del comisario era ruda pero triste, cuando informó sobre el asesinato que había visto, el efectivo no le tomo importancia, parecía ensimismado en sus pensamientos, se dirigió con ella al lugar del crimen, dio unas cuantas ordenes y regresaron a la comisaría a tomarle sus declaraciones, parecía no haberse dado cuenta de que era una prostituta. Busco en su billetera, le dio cien soles y le dijo que se comprara algo, que hacía mucho frío, y que no eran horas para estar andando así en la calle, luego se metió en el baño y estuvo media hora ahí, ella no sabía si quedarse o irse. Lo esperó. Cuando el comisario salió del baño al verla en la comisaría le dijo que se largara o sino la iba encerrar por presunta culpable del crimen, ella bajo la cabeza y se fue.


Camino sin saber a donde, desde que había salido ya era tarde para que vaya a trabajar, y ahora ya había perdido más tiempo con todo lo sucedido, se puso a pensar en el joven tirado en el suelo, luego pensó en Miguel, caminó hasta el Cruce de Ventanilla con la Panamericana Norte, todo estaba vacío, pasó una Combi, estaba vacía, y alzo la mano para que la llevaran a Puente Piedra, el cobrador y el chofer se miraron entre ambos y le preguntaron a quema ropa que cuanto les cobrara el “servicio” allí no mas en la combi, mecánicamente respondió que veinte soles cada uno, ellos le dijeron que treinta por los dos porque era en la combi y además ellos usaban sus propios condones, era un día perdido así que acepto, la dejaron en Puente Piedra, y esperó a que amaneciera, pasó toda la madrugada caminando, sentada en el parque frente a la Municipalidad de Puente Piedra, los serenazgos pasaban pero no le decían nada, o talvez no le tomaron importancia. Sabía que no podía regresar a su casa con tan poco dinero porque sino la golpiza podría ser peor, así que fue al único lugar a donde podía ir, fue a la de su “amiga de la chamba”,  tomo la cuarenta y uno hasta Villa El Salvador, se lamento de que las putas tuvieran que vivir tan lejos de su centro de trabajo.

Cuento 1

El comisario de la delegación de Villa Los Reyes no había terminado aún de tomar su café cuando una señora entro gritando que habían matado a un joven enfrente de la Iglesia San Luís Gonzaga de Luís Felipe de las casas. El comisario Márquez no tenía ánimos de nada esa madrugada, lo único que tenía en mente era que su hija estaba saliendo con un tipo al que el había encerrado varias veces en la comisaría. El maduro comisario, viudo desde hacía más de 4 años, no podía controlar el carácter de su hija heredado a su vez de su difunta esposa. En su juventud aquel impetuoso carácter fue lo que le hizo enamorar de quien en vida fue Emilia Correa, no esperaba que aquel mismo temperamento años después le causara dolores de cabeza cuando su hija lo heredará.

Salía sin ganas, a ejercer un trabajo de rutina, se había adelantado llamando al fiscal para el levantamiento de un cuerpo que aún no había visto. La noche fria de nieblas espesas se empozaba en las calles como un humo espeso, humedecía la arena suavemente y se pegaba a las paredes con tal fuerza que las marcas en las paredes de triplay no desaparecían nunca por más capas de pintura que se utilizarán. De los techos de calamina caía un intenso goteo formando hoyos en la arena que a su vez se convertirían en chacos. Se dirigió a la escena del crimen en su Pathfinder junto con dos efectivos y la señora que había dado la alarma, desde la entrada por Grifo 2000 se podía ver gente amontonada donde debería estar el cuerpo, a pesar de la hora varios curiosos se apostaron al borde de la Iglesia.

El comisario no dejaba de pensar en su hija, la semana pasada se había escapado y regresado a las seis de la mañana del día siguiente, eso le costo que su padre le cortara el cabello muy corto, la joven lloró desconsolada esa noche, pero amenazó con que a la primera oportunidad que tuviera se escapaba con Alex, desde ese día el señor Márquez la dejaba encerrada con llave en su casa. Había tenido la idea de habilitarle una habitación en la comisaría, pero por noches como esta era que la idea termino por desecharla.

Cuando se acerco a ver el cadáver reconoció al joven, sintió un dolor en su corazón, no por el difunto sino por su hija, Alex estaba tendido en la arena rodeado en un charco de sangre, no pensó en nada más que en su hija, se retiro para asombro de la gente que lo esperaba, solo atinó a lanzar un carajo por la demora del Fiscal, ordenó a los oficiales tapar el cuerpo con más periódicos y que alejarán a la gente, que no había nada que ver, y que se largarán sino querían pasar una noche en la comisaría. La sorpresa sería mayor cuando semanas después su hija le confesará que estaba embarazada del muerto, y que quería abortarlo porque no deseaba tener un hijo sin padre.

El fiscal detalló que el joven fue asesinado por 30 puñaladas pero solo una fue mortal a la altura del corazón. Cuando trataron de buscar testigos, solo respondieron que se dieron cuenta del cadáver por el grito de una señora que pasaba por ahí. En el atestado la señora que había llegado a la comisaría a informar sobre el hallazgo del cadáver declaró que solo pasaba por ahí para atender asuntos personales.

Aún después de tres meses seguían buscando al homicida sin obtener resultados positivos, el mejor amigo declaro que cuando regresaron de una fiesta vinieron en un taxi y se despidieron enfrente de la parroquia. El velorio fue concurrido, el difunto tenía varias amistades, el comisario le llevó una corona, su hija no quiso ir porque argumentó que no le gustaban los velorios, el joven tuvo que ser velado con el cajón cerrado, su asesino se ensañó tanto que le terminó desfigurando el cuerpo, todo a excepción del rostro, en la cara no tenía ningún corte, solo un arañón que se ocasionó en el momento de subir el cuerpo a la camioneta para llevarlo a la morgue. El velorio no duró mucho el cuerpo apestaba tanto y terminó por reventarse dentro del cajón cuando lo llevaban a una fosa común en Zapallal, uno de sus amigos, el que lo había visto por ultima vez no aguanto el hedor y termino soltando el cajón en la pendiente que llevaba a la fosa, los demás perdieron el equilibrio por lo accidentado de la zona y el cajón terminó cayendo al suelo y destapándose boca abajo, dejando tirado en la arena el cuerpo, la madre presa de un ataque de nervios se abalanzó sobre el cajón gritando que su hijo estaba vivo y que ayudaran a levantarlo, la gente que acompaño el entierro no pudo olvidar la imagen de aquella señora de cincuenta y ocho años abrazando un montón de sangre coagulada y restos de su cuerpo desecho.

El comisario, tratando de contener todo el asco que sentía, levantó a la señora y se la llevó lejos del cuerpo. Cuando recogieron el cuerpo ya cerca de las seis de la tarde lo llevaron a la fosa y lo sepultaron lo mejor que pudieron, el comisario Márquez llevó a la señora al hospital y estuvo con ella todas los domingos hasta el día de su muerte en el Hospital Larco Herrera al año siguiente.

Todas las noches tenía que bañarse, y así lo hizo mientras podía por sus propios medios, porque sentía que el olor pestilente del muerto no lo dejaba dormir. Ya después de muchos años cuando su nieto Alex era una persona mayor de edad por única vez le pidió ayuda para bañarse, esa noche sintió que aquella pestilencia se había alejado para siempre, y falleció a las once y media de la noche de un jueves de febrero.


Al día siguiente del entierro cuando llegó a su casa encontró a su hija Elizabeth Emilia besándose con otro chico al que no conocía, la tiró de los pelos al suelo y amenazó con su pistola al joven, no pudo contener más la indignación y golpeó a su hija tan fuerte que casi sin querer la hace abortar. Su hija lo abandonó ni bien dio a luz a un varón de tres kilos y medio, estaba trabajando por aquellos tiempos en un grifo, y dicen que la vieron irse con un conductor de combi. El último día que su padre la vio fue el día en que nació su nieto al que días después lo bautizará como Alex, él le dijo que no se preocupará que todo iba a empezar de nuevo, ella le contestó diciendo que todo estaba bien y que saldría adelante por su hijo. Aquella misma tarde se escapó del hospital y no volvió a ver a su padre. Solo una vez Elizabeth Emilia se acordó de su padre y de su hijo, esa noche en Trujillo lloró amargamente, cuando su segundo hijo de 6 años le preguntó porque lloraba solo le dijo que le había entrado algo al ojo y que ya se le pasaba.

Mal olor


Al menos hoy descubrí cual era la causa del mal olor, desde hacía varios días sentía que una pestilencia rondaba la oficina, lo sentía de vez en cuando, venía, golpeaba, luego daba media vuelta y se largaba hasta dentro de un buen rato, parecía como si alguien hubiera dejado una masa de chizitos y cuates podrirse, cada día que pasaba aumentaba el mal olor, felizmente yo solo lo percibía, o al menos eso quiero creer, no fue hasta pasados siete días que decidí por fin buscar de donde venía aquella peste, ya había pasado de ser un aroma de snack podrido a parecerse al de la descomposición de un pequeño roedor.

Como el olor venía de la derecha procedí a empezar mis pesquisas hacia esa dirección, busqué cerca de la fotocopiadora, la desarmé, le quité sus gabinetes, buscando donde habría podido encontrar la muerte ese desafortunado roedor, tal vez entre los circuitos electrocutado o aplastado por los engranajes,  pero al final nada pude encontrar, así que aproveche y la limpie cuidadosamente, cuando termine volví a percibir el olor esta vez un poco más a la izquierda, desarme mi computador, moví cables, recogí papeles que había dado por perdido, encontré películas abandonadas a su suerte, rayadas llenas de polvo y para aumentar mis sospechas excremento de ratón, una mugre húmeda, viscosa estaba creciendo debajo del mueble así que decidí limpiarla, el olor había desaparecido, hasta ahora que escribo prefiero no saber que era ese líquido derramado en el piso, viscoso, sucio, maloliente, ordene mis cachivaches, (osea los desordene en otra parte) y me senté a jugar un rato en la pc, y volví a sentir nuevamente ese olor, fue tal mi indignación que ya empecé a creer que era el aroma de mi conciencia, una especie de sensación acusadora por mi comportamiento, algo como si un alter ego estaría reprobando alguna mala conducta mía; pero cuando reparé en que soy un angelito inofensivo descarté esa idea.


Al fin solo faltaba un lugar, “ese” lugar, el espacio entre la pared y el mueble de mi computadora, ese tacho de basura clandestino, mi pequeño hoyo negro, la zona tabú de toda mi oficina, un pequeño espacio de quince por sesenta centímetros que nunca había revisado, simplemente me había limitado a tirar las cosas que no necesita o que en un futuro pensaba utilizar a ese espacio, para esto debo mencionar que tengo más de cuatro años trabajando en esta oficina, y nunca he tenido la necesidad de sacar nada de ese espacio, así que por fin había llegado el día, lo primero que encontré fue cuatro botellas de gaseosa: una coca cola de litro llena de hisopos (todos usados) y algo de vida al fondo de la botella, una inca kola mediana, y dos pirañitas que midiendo la cantidad de polvo -a ojo de buen cubero- debieron ser consumidos no hace mucho, dos vasitos descartables de gelatina (cada uno con su respectiva cucharita), un teclado que no recuerdo cuando se malogró ni mucho menos cuando lo tiré ahí, medio millar de papel canson, una caja de micas tamaño A4, papeles varios, fotos tamaño carnet, siete DNI de distintas personas, un botella de agua San Mateo conteniendo desinfectante pino, que obviamente nunca utilicé, un diario líbero de hace catorce meses, y una edición pirata de El Alquimista de Coelho que por obvias razones deje tirada allí, al final de todo, sin saber cómo llegó encontré por fin aquel objeto pestilente, tengo que reconocer, el saber que era me causó cierto asombro, porque al recordar el hecho no sé cómo pudo refundirse aquella bolsita hasta el fondo de todo mi basural, ahora como consejo puedo decir que siempre hay que tirar a la basura bien amarradito sus preservativos usados.

Abigeos

Las huellas que había venido siguiendo lo llevaron hasta es maldito pueblucho otra vez, ni bien puso un pie sobre esa árida tierra la bota se le hundió un par de centímetros levantando un fino polvo que después de varios segundos seguía aún sin diluirse en el aire. La tierra le metió por entre los zapatos cubriéndolos en su totalidad, subiendo por el pantalón y reptando llegó hasta las rodillas. El día anterior había llovido y hoy hacía un sol insoportable, lo que había hecho que toda aquella tierra desordenada se mantuviera firme esperando el mínimo contacto hasta desintegrarse en partículas de polvo para finalmente adherirse a la ropa, al zapato, a la piel, hasta en al alma. Maldijo a aquellos desgraciados serranos abigeos que osaron robarse dos vacas del patrón. Había seguido las huellas de los ladrones y de las vacas hasta la entrada de ese miserable muladar que ellos llamaban pueblo; pero al dirigirse a la vía principal simplemente habían desaparecido. Frente a él, una hilera de diez casas a cada lado de la calleja se levantaban desordenadas, incongruentes, anacrónicas y a la vez todas parecidas, iguales, hechas de adobe con sus techos de paja, un pequeño huerto estéril, con cubículos para animales todos vacíos.

Decidió avanzar diez pasos más por la calle cuando sintió que lo observaban. Todas las chozas parecían abandonadas, pero él sabía que los malditos serranos estarían ahí metidos mirando por las rendijas de las ventanas, de las puertas, viendo todos sus movimientos, tal vez esperando un descuido, para lanzarse, ocultos aprovechando la oscuridad de sus bohíos. Instintivamente metió la mano debajo de su poncho y acarició la pistola que llevaba junto al cinto, si, de seguro ahí estaban mirándolo, viendo inclusive hasta el más mínimo de sus movimientos, esperando, todos con sus rostros duros, pétreos, cetrinos con sus cabellos trinchudos, lisos, pegados al cráneo como los techos de sus chozas, con sus facciones de pómulos sobresalientes, como los cerros que los rodeaban como si no hubieran nacido de mujer alguna, sino más bien como si los cerros, sus malditos apus los hubieran parido, expulsado de sus entrañas, como pus que tiene que ser expulsada. Por eso vivían así, aislados porque se sentían mejor en esa geografía parecida a ellos. Debía haber traído al idiota de Artemio, ese serrano a veces era útil, pero no, mejor no, tan solo lo habría retrasado, decidió avanzar, maldita sea, donde pudieron haber escondido a las jodidas vacas, miraba las chozas todas cerradas, todas con apariencia de abandonadas pero atestadas de serranitos, todos iguales, todos mirando desde las rendijas, tal vez ya las habrían matado; pero no había huellas, ni manchas de sangre por ninguna parte, se había percatado de ello desde un principio. Mientras avanzaba le pareció oír un ruido metálico procedente de alguna de las chozas del lado izquierdo, se giró lo más rápido que pudo mientras desenfundaba su arma, apunto rápidamente y nada, solo el silencio y vacío y abandono, tal vez  se hubiera equivocado de pista, o los serranos lo hubieran engañado con un señuelo falso, no, no era posible era el mejor rastreador, los abigeos estaban ahí, en una de las chozas, sería cuestión de registrar choza por choza y… si disparaban antes que él, maldita sea, debía haber traído al cholo Artemio; se giró de nuevo y siguió avanzando ya estaba a la mitad de la calle, el sol era apremiante, y no se escuchaba ni un solo ruido, cuando de pronto de la casa que estaba a su izquierda se escuchó el ruido de alguien tropezando con muchos cacharros, si, sabía que lo estaban viendo, dio un par de disparos en dirección al ruido, pudo escuchar un claro “ay mamita” y nada más, el sonido del disparo se fue desvaneciendo, alejándose, perdiéndose entre la calle, invadiendo las chozas, hasta perderse en los cerros. Nadie salió, ni nadie devolvió el disparo, decidió entrar en la choza a cerciorarse de que el serrano estuviera bien muerto y si no a rematarlo, al menos un cholo menos, pateo la puerta con una fuerza excesiva para la débil resistencia que opuso, apuntó a todos lados acostumbrando sus ojos a la espesa oscuridad que reinaba en la choza, un fuerte olor acre a sudor, orines y animales le golpeo la cara, mientras las imágenes empezaban a dibujarse vio al indio al que había disparado, no pasaba de los veinte años, sucio, sin zapatos con un pantalón de tela que algún día fue blanco y un poncho bañado en sangre, ya estaba muerto, por una puerta trasera se veía que alguien o algunos cuantos habían salido a la carrera, el polvo en el aire así lo demostraba, tal vez habían huido a otra choza o habían corrido laderas arriba hacia el cerro, imposible seguirlos, no era recomendable buscarlos en el cerro.


Decidió salir de nuevo a buscar en otras chozas, ahora ya sabían que estaba armado, habían escuchado los disparos y tendrían más cuidado si es que no estarían huyendo; pero todo estaba en silencio, todo, al menos de lo que se podía escuchar desde la choza seguía mudo, muerto, abandonado, salió de la choza, tapándose la vista para acostumbrase de nuevo a la fuerte luz del sol del mediodía, ¡Ahí estaban todos!, habían salido de sus chozas, estaban de pie frente a él una veintena de cholos abigeos y detrás de ellos las dos malditas vacas, las dos jodidas vacas que él estaba buscando y junto a ellas un montón de chiquillos, todos niños desnutridos, enjutos, sucios, era un cortejo de triste aspecto, mirándolo con ojos inexpresivos, eso era lo peor, aquellos ojos que no expresaban nada, aquellos ojos totalmente negros, mirando, quizás pensando, seguramente actuando más por instinto que por una acción controlada por alguno de ellos, cuando de repente lo vio, uno de ellos saco una escopeta que tenía detrás de sí, le apuntó y le disparó en el pecho, nadie se inmutó, nadie pestañeó, lo siguieron mirando con la misma mirada vacía con que demostraban alegría, felicidad, odio, tristeza, dolor, lo siguieron mirando mientras caía, lo siguieron mirando mientras otro serrano se acercó le quitó su revólver le dio el tiro de gracia entre los ojos. Luego todo siguió en silencio. 

Ericka se levantó cansada

Erica se levantó cansada… un haz de luz le cayó directamente al rostro mientras intentaba recordar cómo había llegado a esa habitación a la vez que poco a poco se iban dibujando los muebles, los cuadros, la mesa de noche de aquel cuarto. A pesar de tener buena asimilación para el trago ese día se había despertado con un ligero dolor de cabeza que lo sentía lejano de su cerebro, era más que un dolor un sonido, a veces grave otras agudo que podía estar en cualquier parte menos dentro de su cuerpo, se asomaba por detrás de la oreja y otras veces estaba a tres metros de donde ella estaba.
Cuando se despertó intento mover su mano para coger el celular que descansaba en la mesa de noche pero no pudo, veía su mano, sentía el lugar donde estaba apoyada pero no podía moverla, simplemente no obedecía, trato de hacer un esfuerzo para poder levantarse pero igualmente no pudo hacerlo, sintió una oleada de pánico que le empezó a recorrer el cuerpo empezando por la punta de los pies y terminando en la frente como un frio glacial similar a un remordimiento.
Intento recordar donde estaba, era la casa de su amiga, el día anterior habían salido a una discoteca de Barranco, y se le hizo muy tarde para regresar a su casa en Los Olivos, su amiga le había dicho que podía quedarse con ella a dormir, que tenía una habitación de huéspedes en su casa de Magdalena y que no habría ningún problema... problema, eso era lo que pensaba en esos momentos, por la forma en que estaba alumbrado el cuarto deberían ser mas de las diez de la mañana, el sol de enero caía fuertemente iluminando la estancia, trató de llamar a alguien pero la voz no le salió, sintió los labios pesados, sellados por una extraña fuerza que le impedía vocalizar las palabras, intentó gritar con la boca cerrada pero no pudo, se sentía encerrada en su propio cuerpo, miraba el cuarto, o mejor dicho lo que su ángulo de visión le permitía, todo estaba intacto, ningún cambio, nada extraño, lo único raro era su cuerpo que se resistía a obedecerla. Trató de calmarse y pensar que era lo que estaba pasando, si había tenido un accidente el día anterior, o si tal vez hubiera perdido la conciencia, pero no puedo recordar nada, no podía recordar cómo había llegado, ni quien la había traído, solo tenía la certeza de que era la casa de su amiga.
Trato de tranquilizarse nuevamente, intentó respirar y reparó que no hacia ningún movimiento al tomar aire, su pecho no se movía, sus pulmones no respondía al instinto de respirar, el simple acto de inhalar oxigeno le estaba prohibido, sentía el aire en la punta de su nariz, en el pecho, pero estaba estático, quieto, el aire entraba y salía a su antojo como si fuera parte del movimiento que tenía que cumplir por toda la habitación. En el lugar donde se suponía que se encontraban sus manos, sus pies, su cuerpo sentía un vacío, era como si solo fuera cabeza, ojos, aunque no parpadeaba. Ahora no estaba segura si había abierto los párpados al despertar o ya estaban abiertos, no podía cerrar los ojos y siempre miraba, intuía que podía mover la vista a su antojo, pero ya hasta de eso dudaba, a medida que pasaba el tiempo se preguntaba cuanto iban a demorar en ir a buscarla, sabía que tenía que hacer algo pero no recordaba que, tal vez tendría que salir con su amiga a la universidad o solo regresar a casa... a casa, ahora que lo pensaba era una idea muy vaga, aquella no era su casa, de eso estaba segura, pero lo demás no aparecía en su mente, y si tal vez se había golpeado la cabeza y hubiera perdido la memoria, hasta eso parecía imposible, no sentía ningún dolor, no sentía nada, la luz del sol avanzaba lentamente por el cuarto, caminando lánguidamente por encima de la cama aunque no sintiera el calor, pasaron las horas y nadie fue por ella, se percató que no tenía hambre, tampoco sentía sueño, ni ganas de ir al baño, pensándolo bien tal vez si había sufrido un accidente, quizás habían pasado días, semanas, meses o años y era una vegetal, habría estado en coma, y recién despertaba, aunque era extraño que nadie vaya a verla en ningún momento.
Sintió como el tiempo pasaba lentamente, vio como el sol se ocultaba y todo se quedaba a oscuras, desarrolló una vista nictálope que le permitió ver claramente en la oscuridad, escuchaba ruido en la casa, voces, gritos, una vez escuchó disparos, ya no recordaba hace cuando tiempo estaba allí, luego escuchó el ruido al llegar la policía, pero nadie entraba al cuarto, veía que su cuerpo adelgazaba o ella se sentía más liviana, menos corpórea más espiritual, la misma sábana la cubría, la cortina de la ventana seguía en la misma posición, nada cambiaba, su celular extrañamente nunca sonaba, ni siquiera un mensaje había llegado, y si lo hubiera hecho tampoco hubiera podido moverse para leerlo. El día que escuchó que llegó la policía, sintió los pasos por la casa, voces que gritaban, escucho como golpeaban a su puerta, la abrían y entraban, más eso sucedía en otro mundo, ella seguía viendo la misma habitación de siempre con la puerta cerrada, con la misma ventana abierta y la cortina inmóvil, escuchó como movían cosas, abrían los cajones de la mesa de noche, y cerraban la puerta diciendo que allí no había nada. Fue en ese momento cuando reparó en su condición de espectro de algo que ya no existe, de que quizás estaba muerta desde hacía mucho y que simplemente estaba penando en esa casa.
Un día, semanas (o meses) después escuchó como una piedra rompía el vidrio de la ventana, más esta seguía intacta, escuchó los vidrios caer, y hacerse añicos al tocar el suelo, pero la ventana seguía igual a su vista, entera con la cortina en la misma posición, se sobresaltó al escuchar el ruido, pero era un sobresalto interno, algo que solo pasa en la mente, como si el recuerdo de un movimiento o un espasmo se hubiera dibujado en su imaginación, cada día que pasaba era más corto que el anterior, a veces tenía la impresión de que en un solo día pasaban semanas o hasta meses el sol aparecía como un parpadeo prendiendo y apagando la luz de la ventana, cada parpadeo era un día y una noche, ya no contaba el tiempo como lo hacía, simplemente se dejaba existir, no tenía necesidad de nada, y no sabía cuánto tiempo seguiría allí, intentó llorar pero ya no recordaba cómo, cada vez se hacía más difícil recordar hasta los más efímero, ya no recordaba en que casa estaba, y como había llegado, a veces ya no recordaba quien era, o si lo que veía era su mundo o un reflejo de sí misma, llego a olvidar su ser como persona y pensar que todo lo que veía era ella, recordaba de forma imprecisa que alguna vez le había pertenecido un cuerpo, unas manos, unas piernas, pero era tan difuso que parecía mentira, o quería convencerse que alguna vez las tuvo.
Poco a poco se dio cuenta que el espacio que se encontraba debajo de sus ojos lo que alguna vez fue su cuerpo iba desapareciendo, que iba ocupando menos espacio entre la cama y la sábana que la cubría, que la mano que estaba fuera cada vez se hacía más traslúcida, casi transparente, el promontorio elevado que formaban sus pies debajo de la sabana cada vez se hacía más pequeño, hasta su vista se estaba haciendo más borrosa, antes podía ver claramente la puerta, los cuadros de la pared y la ventana, ahora la puerta estaba borrosa, los cuadros se veían como manchas en la pared, y la ventana ya no aparecía, solo era una luz que parpadeaba cada vez más deprisa, un día una noche un día una noche, hasta que solo pudo ver manchas por doquier, ya no era una visión de nada, simplemente era como tener los ojos casi cerrados y ver sombras a través de un grueso cristal nublado, sentía que se extinguía pero no recordaba como sentir miedo, ni pánico, solo experimentaba que se acababa su vida que se empequeñecía que la almohada donde alguna vez sintiera su cabeza se hacía más grande que la habitación entera crecía hasta devorarla y desaparecer.

Erica se levantó cansada, después de haberse amanecido hasta altas horas con su amiga en una discoteca, se levantó temprano para no molestar a nadie, recogió su celular de la mesita de noche, fue a despertarla, y se fueron a la universidad. Meses después dejo los estudios, se enteró que el padre de su amiga llegó borracho y de un disparo en la frente acabo con la vida de su esposa y de su hija. Alguna vez por motivos que ya no recordaba pasó por esa casa, estaba abandonada y miró tras la reja, vio el cuarto donde alguna vez pasó una noche, cogió una piedra y la lanzó contra la ventana rompiendo el cristal y se fue. Pasado mucho tiempo sin saber porque, pensaba en la noche que pasó en aquella casa, a veces soñaba que estaba despierta en esa habitación sin poder moverse, pensaba en su amiga, pensaba en los recuerdos, en la nostalgia, en los tiempos pasados, en la amistad que algún día fue y que ya no volverá, porque nuestros recuerdos viven y permanecen en los lugares en que vivimos así sea un instante, aunque ya no exista nadie para recordarlo.